LA FRUSTRADA VOLADURA DE LA CASA DE MONEDA DE POTOSÍ
Buenas gente! hoy traigo avatar nuevo y un informe interesantísimo sacado a traves de tecnología OSC del tomo 30 de los cuadernillos de numismática y ciencias hostóricas del CNBA. El artículo consiste de una introducción larga e interesantísima de Arnaldo Cunietti-Ferrando donde luego cita las memorias en primera persona del General José Maria Paz.
Les recomiendo se hagan de un tiempito para leer porque cada palabra del relato vale la pena ser procesada y releida.
Introducción
General José María Paz.
Siempre es gratificante leer libros de memorias, y lo es más aún cuando sus autores han vivido como protagonistas privilegiados los diversos acontecimientos históricos de su época y saben narrarlos en forma amena y atractiva, para deleite de toda clase de públicos. Es el caso del general José Mana Paz y sus "Memorias Póstu-mas editadas en 1855, a un año de su muerte. Ellas se inician con la batalla de Tucumán y van relatando cronológicamente en primera persona, las sucesivas acciones de guerra en que participó, haciendo una semblanza tan critica como sincera de cada hecho o personaje, tal como los conociera.
En estos tiempos en que se cumplen varios bicentenarios, resulta importante volver a releer estas obras clásicas que revalorizan figuras del pasado y nos permiten tener una visión de primera mano de muchos acontecimientos, tanto grandes como menores. Paz estuvo presente en la batalla de Salta y en las sucesivas ocupaciones y evacuaciones de pueblos y ciudades, en las derrotas y en las victorias de los ejércitos argentinos del Alto Perú. Vio aflorar el fanatismo y las pasiones revolucionarias, fue testigo de fusilamientos y represalias de uno y otro ejército, en esta guerra cruel no deseada por sus protagonistas.
Nunca imaginamos que en esas reñidas batallas que nosotros festejamos, peleaban en lucha cuerpo a cuerpo más de 5000 soldados, quedando sobre el campo de batalla una tercera parte muertos, sin contar los mutilados y heridos, la mayoría en esos crueles asaltos a la lanza y bayoneta de una infantería enardecida. Y luego de las batallas la persecución y el lanceamiento alevoso de los pobres dispersos vencidos que muchas veces se rendían sin ser respetados; espectáculos crueles que escapan a nuestra imaginación, cuando celebramos alegremente nuestras victorias. Al fin y al cabo, todos parecemos olvidar que en esos sangrientos encuentros partici-paban seres humanos tanto patriotas como realistas, con sus convicciones, sus sentimientos, sus aciertos y sus actos de heroísmo y abnegación.
Batalla de Salta
Uno de ios acontecimientos relatado en forma minuciosa por Paz, es la penosa retirada de nuestro ejército de la Villa Imperial en noviembre de 1813 y la orden del general Belgrano de volar ese extraordinario edificio que era y es, la Casa de Moneda de Potosí. Creemos que este intento, si hubiera tenido éxito, nos habría acarreado el odio y el desprecio de todos los bolivianos de entonces y de ahora, al destruir el monumento más repre¬entativo de la Villa Imperial y la fuente más importante de sus ingresos.
Debemos señalar que en esta decisión, el general Belgrano no estaba solo, lo apoyaban y secundaban otros jefes militares y el mismo general Díaz Vélez, quien tomó una activa participación en esta tarea. También muchos civiles pensaban lo mismo; baste recordar que cuando Paz se en¬cuentra con Tomás Manuel de Anchorena, a la sazón secretario de Bel¬grano, preguntando por sus baúles robados y saqueados que nuestro protagonista había encontrado y de los papeles que le había salvado, en¬tabló con este motivo una larga conversación. Relata Paz: "El proyecto frustrado de hacer volar la Casa de Moneda fue el principal objeto de nues¬tra conversación y yo me tomé la libertad de reprobarlo altamente. El, por el contrario, lo sostuvo, alegando que ademéis de producirnos la ventaja de quitar al enemigo aquel valioso recurso, teníamos la de arruinar un pue¬blo que siempre había sido y sería enemigo nuestro
Dejemos que el propio protagonista nos relate el frustrado intento de voladura de la Casa de Moneda, con la convicción que su trata de un aporte valioso, sobre un hecho poco conocido por la mayoría de lectores y que sólo la pluma del general Paz, evoca con minucioso y veraz detenimiento.
A.C.F.
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José María Paz anciano
LA FRUSTRADA VOLADURA DE LA CASA DE MONEDA DE POTOSÍ
El 16 (de noviembre) llegamos a Potosí; la acogida que nos hizo este pueblo tan enemigo que se decía de la causa, fue franca y hospitalaria; las autoridades y las corporaciones salieron al encuentro del General y lo sa¬ludaron triste pero urbanamente. Esta es otra prueba de lo que había ganadc la revolución, con la disciplina del ejército y la conducta patriótica y hon¬rada del General. A nadie se le ocurrió temer sublevaciones ni hostilidades del vecindario ni de los indios; no hubo el menor acto de enemistad, ni aún de descortesía. Yo gusté mucho de la recepción que se no hizo, porque fue grave, triste, oficiosa y simpática; manifestar alegría, hubiera sido insultar¬nos, y ostentarse altaneros hubiera sido una insolencia y falta de generosi¬dad. Supieron esta vez los potosinos manejarse con cordura y si dos días después cambiaron en parte estos sentimientos, no fue por culpa suya.
La próvida economía del general Belgrano, en pocos meses había acu-mulado recursos de todo género. La Casa de Moneda, vuelta a su giro or¬dinario, abastecía con abundancia de moneda metálica al comercio, y daba lo bastante al ejército. Ya hablamos de los almacenes de víveres que tome el enemigo en la campaña; pues también los había en la ciudad, y además, valiosos depósitos de efectos de ultramar, con que había para proveer abun¬dantemente de vestuario al ejército. Era imposible salvar los últimos, y se resolvió distribuirlos al pueblo o inutilizarlos para que no los aprovechara el enemigo. Algo se dio también al ejército, pero muy poco temiendo sir duda recargar al soldado, en la marcha que iba a emprender. Recuerdo que estuve en una casa que servía de depósito a uno de esos cargamentos, donde seis u ocho empleados distribuían gratis al bajó pueblo, piezas de bramante, lotes de algodones, varios de paño y bayeta, etc. Ignoro si algo se quemó, como se dijo que se había mandado hacer.
Grabado de la villa imperial hacia 1700.
El enemigo no debía estar quieto y nuestra permanencia no podía sei larga. El 18 por la mañana se dio la orden de marcha para esa tarde, y a las dos estuvo la infantería formada en la plaza, y la caballería en la calle que está al costado de la Casa de Moneda. Las tres serían cuando marchó el Ge¬neral en Jefe con pequeña columna de infantería, quedando solamente el general Díaz Vélez con nosotros, que seríamos como ochenta. Se empe¬zaron entonces a notar algunos secretos entre los jefes más caracterizados.
y se sentía algo de misterio que no podíamos explicamos. Luego estuvimos al comente de lo que se trataba.
El populacho se había apiñado en la plaza y calles circunvecinas y se le mandó retirar; como no obedeciese, se mandaron patrullas de caballería que lo dispersasen, pero se retiraban por una calle para volver por otra y ocupar después la primera, en el momento que se desguarnecía. Se fueron repi¬tiendo estas órdenes, sin fruto alguno, y muy luego se extendieron a los ve¬cinos de la plaza y demás inmediatos a la Casa de Moneda para que en el acto saliesen de sus casas con sus familias, y se retirasen a distancia de veinte cuadras cuando menos. Nadie comprendía el objeto de estas órdenes, y las casas, lejos de desocuparse, se cerraban con sus habitantes adentro, lo más seguramente que podían. Poco a poco fue aclarándose el misterio y empezó a divulgarse el motivo de tan extraña resolución. Para persuadir al vecindario que abandone por algunas horas sus casas, y al populacho de la calle a que se retirase, se creyó conveniente ir haciendo revelaciones suce¬sivas. Se les dijo primero, que correrían inminentes peligros si no obede¬cían; luego, que iban a ser destruidas sus casas y perecerían bajo sus ruinas; finalmente se les aseguró que el sólido y extenso edificio de la Casa de Mo¬neda, iba a volar a consecuencia de la explosión que haría un gran depósito de pólvora que iba a incendiarse.
Nada bastó para persuadir al populacho, que se conservó impasible en su puesto. De las casas vecinas vi salir una que otra familia desolada, que corría sin saber adonde, abandonando cuanto poseía, pero en lo general, puedo ase¬gurar que no se movieron de sus casas, y que esperaron el resultado de aquel anuncio terrible. Y a fe que no era un engaño, porque efectivamente se había re¬suelto en los consejos del general en jefe, hacer volar la Casa de Moneda en la forma siguiente:
La sala llamada de la fielatura, porque en ella se pesan las monedas que han de acuñarse, queda al centro del edificio y está más baja que lo restante de el. En esta sala se había colocado secretamente un número bastante de barriles de pólvora, para cuya inflamación debía dejarse una mecha de duración calcu¬lada para que a los últimos nos dejase el tiempo bastante de retirarnos. Estaba el sol próximo a su ocaso, cuando el general Díaz Vélez, cansado de órdenes e intimación que no se obedecían, y en que empleó a casi todos los oficiales y tropa que formaba la retaguardia, resolvió llevar a efecto el proyecto, aunque fuese a costa de los incrédulos e inobedientes. Se prendió la mecha, salió el úl-timo hombre de la Casa de Moneda, y se cerraron las gruesas y ferradas puer¬tas de la gran casa, cuando se echaron de menos las tremendas llaves que las aseguraban; vi al General en persona, agitándose, preguntando por ellas a cuan-tos lo rodeaban, pero las llaves no aparecieron. Entretanto el tiempo urgía, la mecha ardía y la explosión podía suceder de un momento a otro. Fue preciso renunciar al empeño de cerrar las puertas, y contentándose el General con em-parejarla, montó en su muía y dio la voz de partir a galope.
Se me ha pasado decir que no dejó de ocurrir en los días anteriores, el pensamiento de fortificar y defendernos en la ciudad, y que en consecuen¬cia se empezaron a fosear las calles, a distancia de dos cuadras de la plaza.
Casa de Moneda de Potosí hoy en día.
No puedo asegurar si se pensó seriamente en ello, porque pudo ser un arbitrio para ocultar la retirada; de cualquier modo el proyecto era insensato, y cuando más, probaría los deseos del general de disputar al enemigo hasta la última extremidad, aquellas importantes provincias.
En la confusión de nuestra disparada, nadie se acordó de los fosos, y fuimos a dar con uno, que interceptaba completamente la calle; poseídos del más grande sobresalto, tuvimos que volver a la plaza para buscar otra salida, temiendo a cada instante que sucediese la explosión y que una lluvia de gruesas piedras y otros escombros, cuando no fuese la misma explosión, viniese a sepultarnos, o cuando menos, aplastarnos bajo su peso.
Al Un, después de muchas hesitaciones, dimos con una calle, donde el loso no estaba concluido y por donde salimos a la desfilada. Nuestra mar¬cha precipitada no se suspendió hasta el Socavón, que está a una legua de la plaza, adonde llegamos al anochecer. Deseando gozar en su totalidad, del terrible espectáculo de ver volar en fracciones un gran edificio y quizá media ciudad (tal era la idea que nos había hecho formar), a consecuencia de una mina que iba a hacer su explosión, durante el camino fuimos vio¬lentándonos para volver la vista a la Casa de Moneda, que dejábamos atrás. Aseguro que por mi parte no la separé ni un momento de la dirección en que quedaba, lo que me originó un dolor en el pescuezo, que me molestó dos o tres días.
Llegamos, como he dicho, al Socavón, ya desconfiando de que no se re-alizase la explosión; un cuarto de hora después ya era certidumbre de que la mecha había sido sustraída o que algún otro inconveniente había impedido su actividad. El general Belgrano que no estaba lejos de nosotros, debió ex-perimentar las mismas sensaciones, y cuando vio fallida la operación, hizo un último esfuerzo por realizarla. El capitán (coronel hoy) de artillería don Juan P. Luna, se presentó en la retaguardia con una orden para que se pusie¬sen a su disposición veinte y cinco hombres de los mejor montados, con los que debía penetrar en la ciudad y Casa de Moneda, para volver a poner la mecha encendida que la hiciese volar. Esto ya era imposible, pues el vecin¬dario y populacho, que no querían ver destruido el más valioso ornamento de su pueblo, ni ver destruidas sus casas y sepultarse bajo sus ruinas, hu¬biera hecho pedazos al nuevo campeón y sus veinte y cinco hombres. Luna llegó a los suburbios, vio de lo qué se trataba, y se retiró prudentemente, pu- diendo asegurarse que la oferta que había hecho al General, de entrar otra vez a Potosí y quemar el pueblo, le ganaría la benevolencia del jefe, porque, como otras veces he dicho, este era el carácter del general Belgrano.
La tentativa del capitán Luna era tanto más impracticable, por cuanto la vanguardia enemiga estaba muy inmediata, en términos que sus partidas en-traron a la ciudad esa misma noche; corría, pues también el riesgo de ser ata-cado y hecho prisionero por las tropas reales, cuando no lo hubiese sido antes por los habitantes exasperados.
General Manuel Belgrano.
Diré ahora lo que hizo frustrar la explosión de la pólvora que se había puesto en la Casa de Moneda. Es bien sabido que hay ciertos hombres que abrazan, por especulación, una carrera y que sacrifican a su interés los debe¬res que ella les impone. Uno de ellos era un oficial Anglada, mendocino, dotado de una aparente moderación que le captaba las voluntades, y de un pro¬fundo disimulo. Había ganado las buenas gracias del General, quien lo había colocado nada menos que de mayor de la plaza de Potosí, sin embargo de su menor graduación. Este se relacionó con personas enemigas de la causa, y particularmente con una señora muy realista, a quien se atribuyó principal¬mente el mérito de la conquista. El, por su empleo, estaba en el secreto de la operación que se meditaba, y la inutilizó quitando la mecha que debía servir para la explosión. El, sin duda, fue quien ocultó las llaves que sólo se echa¬ron de menos en el momento de retirarse. Se ocultó y se presentó enseguida al enemigo, que lo acogió bien, por el importante servicio que acababa de hacerle, y lo empleó en el ejército, pero sin que jamás jugase un rol distinguido ni pudiese hacer olvidar a sus nuevos patrones que era un traidor.
No fue él sólo quien se manchó con este crimen; el capitán don Rufino Valle, de mi regimiento, un capitán García, de infantería, ambos tucumanos, y un teniente Rodríguez, viejo inútil y europeo, desertaron de sus banderas y pasaron a servir a la causa que habían combatido. Nada supe después de los dos últimos, pero Valle, apenas llegó a comandante en el ejército real, en que sirvió muchos años, hasta que vencidos los españoles en 1825, volvió a Jujuy, donde vivía al lado de una joven con quien había casado.
Hubo, pues, de renunciarse del todo al pensamiento de destruir la Casa de Moneda, y no se pensó sino en continuar nuestra retirada, que era critica por 1a proximidad del enemigo, que a cada instante podía echársenos encima y consumar nuestra perdición nuestra marcha iba sumamente embarazada por un crecidísimo número de cargas; no solamente se conducía todo el dinero se¬llado y sin sellar que tenía la Casa de Moneda, sino la artillería que, a causa de la pérdida de Vicapugio, se había pedido a Jujuy a toda prisa y la que ya encontramos en Potosí; además iba una porción de armamento descompuesto que había en los depósitos, un gran número de cajas de fusil en bruto y otros enseres de guerra que el General no quería dejar al enemigo, pero que nos cau-saban un peso inmenso; agréguese las municiones y parque que sacamos tam-bién de Potosí, pues de la batalla nada de esto había escapado, y se comprenderá que nuestra retirada más se asemejaba a una caravana que huye de los peligros del desierto que a un cuerpo militar que marcha regularmente.
P.D: Me tomé el atrevimiento de agregar imagenes al texto para que sea mas amena su lectura.
Si les gusto háganmelo saber y sigo suebiendo articulos de este tipo, saludos!!!
Anepígrafe.
Es cierto, valió la pena la lectura !
Muchas gracias por el aporte.
Vuelvo luego con puntos!
Gracias por el trabajo de postearlo. Saludos
Muy buen relato. Gracias
Cuando vi las imagenes del Gral. Paz, me hizo recordar que era conocido como el "manco" Paz, ya que habia sido herido en la batalla de Venta y Media y le habia quedado inutilizado el brazo derecho. En realidad pense que directamente le faltaba el brazo. Pero no, aparentemente solo lo tenia inutilizado. Hay alguna cancion folklorica que recuerda ese incidente de la herida en el brazo que la canta Carlos Di Fulvio.
Es verdad! acá encontré la letra,gracias por el comentario!
EL CIELO DEL CORDOBÉS
(cielito)
relato:
La patria era muchacha y mayo revolución.
Su afecto fueron las armas y su esperanza nación.
(se cortó hasta el apellido en la primera ocasión)
Su padre era porteño, José de Paz y Durán.
Su madre fue cordobesa, doña Tiburcia Haedo Roldán.
José María su nombre. Su apodo, el "Manco" Paz.
canto:
Su cielo era un cielo blanco,
su cielo era cordobés.
Su cielo siempre fue manso
hasta el ochocientos diez.
En mil ochocientos once,
tropas que vienen del sur,
le pintan un cielo bronce
allá en el Alto Perú.
Su cielo allá en Vilcapugio
junto a Belgrano lo vio.
Casi lo topa la muerte,
la suerte a pie lo dejó.
El cielo de Chuquisaca
cuenta "mamita" Rondeau,
enderezando la tropa
a sable limpio lo vio.
Su cielo era un cielo blanco,
su cielo era cordobés.
Su cielo siempre fue manso
hasta el ochocientos diez.
Buen Post (Y)